28 septiembre, 2006

oxígeno

Se monitorizaba el silencio con compases fríos de pasillo apagado, doce pasos marcaban diez metros de ida y diez de vuelta, dejando un sendero inquieto en la urna blindada donde el tiempo sólo corría en mi nuca de mármol. Dos puertas entreabiertas dibujaban sombras de verde, en un trasiego inquieto de noticias que hacía odiar una impuntualidad desconocida, unos partes anárquicos que dibujan las distintas posibilidades de salir de allí. No había caras amables, no había mentiras ni tan siquiera edulcoradas, todo era tenso, como las hormigas mudas de mi boca que no me dejaban ni siquiera fingir. Y pasaban pasos y pitidos de alfileres jodidamente puntuales, y sin nada en las manos, sin ninguna pelota con que golpear la rabia en la pared como Papillón. Luego, mucho después, llegaron las manos que movían la marioneta, con buenas noticias, absolviendo los males curados de quien no pecó. Luego, poco después, un entorno lacrimógeno desahogaba todo el afecto contenido y la rabia de quién espera justicia. Solo, después, caminando por la calle sin límite de paréntesis de diez metros, y muy despacio con ojos secos, respiré.

16 septiembre, 2006

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Creo que a veces en vez de perseguirme un hada madrina me persigue un cencerro.. Y Campanilla borracha con exceso de alcohol y de afecto no es. Las caricias no tienen decibelios y no se llama afecto lo que jode así. Y no es cuestión de taparse las orejas o de contraer mentones, no vale estreñir el ceño ni maldecir aunque salte como un resorte los mecagos divinos, no se puede reducir el movimiento, no se puede frenar aunque el lomo pese más que tú.
Y no desconfío, y miro a los ojos, y nunca atrás, aunque a veces parezca el elefante de Atila que pasta al tolón de algún pastor con mala hostia.

05 septiembre, 2006

arrugas en el desierto

Al hacer la cama se borraron las vueltas, los pliegues y el relieve de las sábanas. Era como aquella pizarra que tenía de pequeño que al agitarse borraba con unas bolitas invisibles e internas todo trazo. La colcha verde ahora era desierto, y no parecía tener resaca ni de su insomnio ni de su exceso de tacto. Eso me gustaba, pero aún así me tumbé en su horizonte buscando un descanso, imaginando dibujos de castillos de arena o un poco de calor de la pasada noche. Pero no, en el desierto no se arrugan las sábanas así, pero tampoco se mentan mares, no hay tormentas, ni sueños de tiza que no te dejen dormir.