arrugas en el desierto
Al hacer la cama se borraron las vueltas, los pliegues y el relieve de las sábanas. Era como aquella pizarra que tenía de pequeño que al agitarse borraba con unas bolitas invisibles e internas todo trazo. La colcha verde ahora era desierto, y no parecía tener resaca ni de su insomnio ni de su exceso de tacto. Eso me gustaba, pero aún así me tumbé en su horizonte buscando un descanso, imaginando dibujos de castillos de arena o un poco de calor de la pasada noche. Pero no, en el desierto no se arrugan las sábanas así, pero tampoco se mentan mares, no hay tormentas, ni sueños de tiza que no te dejen dormir.
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