28 septiembre, 2006

oxígeno

Se monitorizaba el silencio con compases fríos de pasillo apagado, doce pasos marcaban diez metros de ida y diez de vuelta, dejando un sendero inquieto en la urna blindada donde el tiempo sólo corría en mi nuca de mármol. Dos puertas entreabiertas dibujaban sombras de verde, en un trasiego inquieto de noticias que hacía odiar una impuntualidad desconocida, unos partes anárquicos que dibujan las distintas posibilidades de salir de allí. No había caras amables, no había mentiras ni tan siquiera edulcoradas, todo era tenso, como las hormigas mudas de mi boca que no me dejaban ni siquiera fingir. Y pasaban pasos y pitidos de alfileres jodidamente puntuales, y sin nada en las manos, sin ninguna pelota con que golpear la rabia en la pared como Papillón. Luego, mucho después, llegaron las manos que movían la marioneta, con buenas noticias, absolviendo los males curados de quien no pecó. Luego, poco después, un entorno lacrimógeno desahogaba todo el afecto contenido y la rabia de quién espera justicia. Solo, después, caminando por la calle sin límite de paréntesis de diez metros, y muy despacio con ojos secos, respiré.