10 junio, 2007

tardes, teclas y sentidos

Olía a café molido y a tarde de pasos en calcetines de invierno. La forma entretenida de llover en los cristales convertía en hogar el calor interno de sus paredes. Definía las pausas de todo lo que hacía con una cadencia involuntaria y apetecible, alimentada por una ausencia de tiempo, de prisa y de planes.

Al llegar a casa había cerrado la puerta con la cadena, un gesto que repetía cada vez que sabía que no saldría de casa hasta la mañana siguiente, y que nada tenía que ver con ninguna inseguridad, pero si con un no molesten para si que cerraba su castillo con un gran pasador imaginario de cancela que dejaba todo linde interno fuera de cobertura.

Con el café en la mano llegó a la sala, donde el gris anaranjado de tormenta había dejado la ausencia de luz en penumbra, desde la cual la pantalla del portátil simulaba un neón blanco que iluminaba la silla y las teclas, llamando su atención. Caminó hasta la mesa, y con el café en las dos manos y las piernas en aspa se sentó cerca de la claridad, sin tocar nada más, pensativo al tiempo que los sorbos calientes llegaban hasta su espalda. Prendió un cigarro y empezó a despertar.
Cuando el humo llegó a la pantalla por tercera vez se acordó del sonido de las teclas, las casi insonoras onomatopeyas que formaban con sus secuencias las palabras, como verbos y nombres que llevaban tiempo callados como su voz. Pero ni la cancela era lo hermética que podía parecer, ni su afonía desordenada, ni su tacto, quería creer, invisible.

El cursor parpadeaba en blanco, pero la espera intermitente no le molestaba, ni le pedía embudos imposibles, aun no se había acabado el café. Sin escuchar ninguna señal de salida, en ausencia de tiempo, de prisa y de planes, empezaron a desperezarse las teclas.. Huele a café molido y a tarde de pasos en calcetines de invierno.. Sólo te quería dar los buenos días, otra vez, desde mis neones..