16 marzo, 2006

el patio de mi recreo

Trazábamos dos líneas imaginarias en un muro, solían coincidir con el cambio del color del cemento o con algún arbusto que sobresalía por detrás.. Servía un balón de plástico duro o alguno de pseudocuero, de octágonos blancos y negros, que semanalmente había que volverlo a hinchar en la gasolinera del barrio, esa dónde vendían también el kit para parchear los pinchazos de nuestras bicicletas.. Jugábamos a la pared a tres, con un muro y una pelota, a patadas, en orden, dos, tres o hasta los dispuestos.. Era fácil distraerse, sencillo de medios, trasteando las tardes con postillas en las rodillas, esas que mi madre siempre me curaba diciéndome que me parecía al cristo de los safrigidos.. Hacíamos guas con los dedos, cambiábamos canicas por bolorios, afilábamos las puntas de los trompos, engrasábamos cadenas, hacíamos torneos contra el edificio de arriba en San Juan, entre la sardinada del edificio y las hogeras.. Cuatro monedas eran suficientes para ir al kiosko y comprar maicitos a cinco pesetas o fragolosinas de diez en verano.. Las primeras miradas con la del cuarto, el primer beso, la primera nota de me gustas, el primer escalofrío..
Ayer encontré unas canicas en un estuche pintado con nombres a boli que no recuerdo y unos coches majorette en una caja. Me trasladé por un momento a esos años, cuando calzaba un treinta y pico, cuando me caían los dientes y mi abuela me escondía la visita del ratón pérez en papel de cien por algún jarrón de casa, cuando era todo fácil y el patio era mi escuela.. Y de sentirme un poco viejo pasé a preguntarme a qué juegan hoy los niños y si, alguna vez, vieron un trompo o jugaron a polis y cacos..