café de Juan
En base a lo que Intermón me cuenta, sólo un 7% del precio que pagamos por un café repercute directamente en el beneficio de la tierra que lo produce y del campensino que lo recoge. El 93% que le restan se queda en el camino hasta llegar a mi estómago, en manos de intermediarios que sacan beneficio en forma de papel moneda. En principio me parece mucho menos que ese siete, pero aún así, me pongo la mochila a lo Labordeta para llegar al cafetal.. El paseo comienza aquí, en esta pseuda taberna de mi manzana, de simulación de tapas vascas pero de amable camarera, que lo vuelve cómodo para leer y sonreir un rato, para abstraerse y desapercibir miradas, buen café y buen grifo de caña.. pues eso, que aquí se queda una porción del quesito que no se lleva el currante del currante de Valdés, humilde recolector moreno torrefacto con las manos hinchadas.. Si es que la vida cara de los euros hace olvidar con facilidad cuando pagabas 150 pesetillas por café doble y bollería, y de aquella moneda de cien pasas a la de un euro, con la que no pagas ni tan siquiera un café doble.. la cafeta pone el espacio, el pocillo, el azúcar en sobre, la prensa diaria, la silla de madera, el alquiler, el agua hirviendo y una más que rentable cafetera.. un minorista le nutre de productos básicos, que cobra su parte de quesito, éste le paga a un mayorista, el mayorista a la marca que mejor precio-rentabilidad ofrece, la marca de café tiene un comercio exterior con latinoamérica que consiguen en condiciones CIF Venezuela un precio que si lo descubriéramos nos resulta irrisorio.. la empresa exportadora consta de cooperativas diversas, oprimidas por la poca diversidad de oportunidades de negociar su precio.. y de la cooperativa sale Juan, el moreno torrefacto, padre de tres niños, el mayor de ellos ya le ayuda en el campo, de sol a sol, por un jornal que no sé si llegaría al euro que pago leyendo aquí el s.o.s de Intermón..
El comercio justo no existe, del trueque siempre ganan más los que más tienen, y Juan trabaja cómo yo, pero en proporciones distintas, con sudores distintos, con hambre distinta y con suerte distinta, también. Igual alguna vez, en las largas horas de cada día, él también se puso la mochila y pensó en llegar a Europa, a una silla como ésta, y de quién sería el estómago caliente que disfrutaba de su café.. y quizás se preguntó, si alguien allí, al otro lado del charco, pensaría en él, y en lo difícil que es comer con las manos hinchadas cada día..
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