17 enero, 2006

I

La cervecería del hostal también era la recepción, las mesas y su color eran de madera, el movimiento activo de domingo de su interior contrastaba con la calle apagada de color azul casi gris de secundaria de ensanche casi desierta, de edificios nuevos y soportales altos.. Nuestra mesa era doble, pegada a la pared de cristal paralela a la acera, nido de caras resacosas y pelos mojados, que se iba poblando a cuentagotas de risas recordando la noche bufona en terapia de grupo, mientras la comida desayuno iba apeteciendo en los estómagos maltratados por imperiosa necesidad.. Sonaban de fondo noticias en el plasma que no recuerdo, pero si algunos detalles que decoraban con gusto la barra y las paredes, y un brasero que daba calor pegado a una mampara vidriera collage. Leía el periódico a titulares mientras hablaba a veces, esperando a que el ibuprofeno se expandiera en la sangre con al café, y regaran juntos mi cabeza, mi nuca y mi apetito.

Estaba sentado pegado al cristal la primera vez que la vi..


Cruzaba en diagonal la calle con un gorro de lana de muchos colores, apareciendo de la nada, con las manos metidas en los bolsillos de su chaleco crudo para el frío, las mangas a rayas y una bandolera blanca de buen gusto con una niña impresa de ojos grandes y falda corta..
Abrió las dos puertas y se sentó sin hacer ruido, justo en la mesa contigua, a tres metros enfrente de mi..