30 enero, 2007

la desmemoria y tú.

No sé cuando aprendí a despistar a la memoria, no sé qué me hizo repartir algunos recuerdos con filtros borrosos de miopía cercana. Sé que en algún lugar están, en mi desorden, nadando cómo en pequeñas bolas de poliespán, en sístoles de anarquía que no comprendo, que aparecen con sus diástoles, según el día, según su tempo. Los hay que se escapan de todo inventario, pero otros son adversos a perderse así. Hibernan tiempos, pero están debajo del tacto, detrás de la voz, entre las líneas ordenadas que forman el discurso, o en la cadencia que llama involuntarios a los pasos.

A veces se desempañan, y aparecen en el centro de la mano o de la frente, con claridad suficiente para que no te despistes y les prestes atención. Esa memoria acristalada empañada por un vaho terco, a la cual le pasas la mano sin ser muy consciente cómo para ver los recuerdos que llevas, a veces juega al despiste y, otras, sólo es puñetera. No tengo arte para describir cómo se comporta la topografía de los pliegues donde van escritos, pero puede que me quede habilidad para saber qué significa que naden latiendo así.

El tuyo está aquí, lo sé. Nunca lo mento, muy pocas veces lo desempaño, y no sabría decirte porqué. Pero igual con él nació el despiste que impide que sepa el porqué no sabría sentir sin ti.