01 noviembre, 2006

embudos, estatuas y deshollinadores.

Lo perturbador de lo que no se dice a veces coincide con las formas que no sabemos utilizar para decirlo. La retención que acumula excesos, llena tus gigas de carpetas de silencios que se pierden por no dichos, pero que quedan ahí, en la bandeja de salida de la boca, esperando su megáfono o su embudo, su tiempo o su instante, para paladearse paciente en ti. Pero las palabras suelen ser celosas, y de tanto reservarse llegan a esconderse, sin poder fabricar ningún embudo ni de papel, sin saber cómo pedir el gesto o la alternativa para explicarse sin trampas. En la mudez que persiste hace frío, pero no hay hielo en mi boca, ni bufandas cortas que no me dejen darle dos vueltas a mi garganta buscando un poco de calor. De forma inversa al movimiento, las paradas buscan sus rincones para poder deshollinar los sentidos, las orejas cónicas, los vicios nunca gélidos y los murmullos corales que no saben mentir.

Mi voz carraspea en aguardiente, y eso es buena señal, un buen principio, un buen embudo.