19 septiembre, 2005

muto

Un caballo pequeño con cabeza de toro no puede, aunque hagamos un esfuerzo, agradar mucho. Una pregunta capciosa en un mal momento puede traer roces de pitones e intensidades desconocidas. Cuando es así, no es un buen momento para expresarse y objetivizar los cambios en insecto o en antílope en este caso, tampoco lo es para necesitar, ni tan siquiera para ser parte de algo.
Ante causas inéditas la respiración es fuerte y entrecortada, los ojos imitan la concentración de Uri Geller, pero perdidos en el suelo, cómo buscando piedras en la playa, evitando así al poder de torcer las cosas. La tormenta que te deja sin identidad conocida acabará pasando, y cuanta más gente desconozca tus mutaciones, más adjetivos ramplones o más indiferencia recibirás, evitando que te encasillen como especie protegida y que duden con firmeza de si te dejas acariciar.
La onomatopeya razonada es el discurso veraz de las ideas internas, el aislamiento a lo lobezno busca la única manera de evitarle a los demás el peligro de las zarpas vocales, y el primitivo metabolismo limita que los deseos de Lince algunas veces sólo puedan quedar en Ñu.