05 agosto, 2005

restos

Tintineaba la taza del café con las vueltas que le daba a la cucharilla. Miraba para el humo como para soplar, mientras salía descalzo de la cocina por la moqueta verde hacia la habitación. Busqué una chaqueta en el colgador habitual de ropa habitual detrás de la puerta. Encontré una apetecible al tacto, me la puse y me subí la cremallera, y mientras volvía al salón por la misma moqueta verde me di cuenta que era la que ella se ponía cuando estaba en casa.
Y estaba allí, como esperando a ser puesta para abrigar, como un fotograma de otro tiempo que de repente revives por tres segundos, como un elemento extraño y cercano, útil e inoportuno.
Unos minutos después terminé el café, sentado en el sofá, con la radio de fondo y el crucigrama de Mambrino en las manos. Cuando la espalda empezó a estar caliente, sentí como si hubiera reconquistado mi chaqueta, a lo fácil, sin apuros. Y lo siguiente que pensé fue en la cinco horizontal, con seis letras, partes que quedan de un todo.